domingo, 17 de agosto de 2008

Pataletas y chanchitos.


Sería injusto conmigo mismo si no te dedicara una entrada más. Y es que el paso de los años agudiza mi memoria remota trayendo recuerdos de mi más temprana niñez los mismos que afloran cual eventos recientes.


Recuerdo aquellas rabietas endemoniadas que sabías hacer cuando peleabas con tu hermana, puedo visualizar la escena: Tú tirado en el piso pataleando y golpeándolo todo, girando en círculos con los ojos cerrados, apoyado en los hombros e impulsándote con los pies,un gesto de dolor, una gran frustación, simultáneamente gritabas mientras que yo pensaba aterrorizado que esta breve posesión solo podía deberse a que algunas veces en tu casa, en la segunda planta y cual aguzados pieles rojas, oreja al piso, escuchábamos extraños sonidos que estábamos convencidos provenían del mismísimo infierno. Quizás lo hacías con mas frecuencia que yo, quizás tu deteriorada visión desarrolló en tí cierta sensibilidad para establecer este tipo de contactos, quizás simplemente tu temeridad y audacia de la cual yo era fiel adepto te hicieron desafiar lo desconocido con las tremendas consecuencias descritas líneas arriba. No lo sé, pero si de algo estoy seguro es que asustabas a grandes y a chicos pues el histrionismo de la escena era tal que preferíamos dejar de verte algunas horas luego de la convulsión antes de reiniciar juegos ignorando en tácito acuerdo lo sucedido momentos atrás.


Afortunadamente, tuvimos más anécdotas alegres que atemorizantes, luego de alguna novela que seguían nuestras madres, reproducíamos las escenas mas violentas, tú en monopatín, yo en chachicar, simulando choques con consecuencias fatales. En algún otro momento buscábamos en las tierras húmedas del jardín de tu casa a inofensivas cochinillas de humedad, coloquialmente llamadas "chanchitos", desafortunados seres que por falta de agresividad para pelear entre ellos terminaban siendo torpemente seccionados por nosotros en afán de saciar nuestro espíritu investigador y en merecido castigo por su falta de esfuerzo en satisfacer nuestro apetito de pelea.


Una de las anécdotas que más recuerdo por su recurrencia es aquella en la que, por competencias propias de la edad, terminábamos peleando, tu me arañabas y yo te mordía por lo cual la frase "andan como perro y gato" bien podría haber tenido su origen en tu casa y luego de escuchar la sentencia de la abuela que, debo reconocer con hidalguía, saldría luego a mi favor.

Esta tendencia de la abuela a darme la razón en todo (tanto cuando la tenía como cuando no), me otorgaba ciertos privilegios con respecto al resto de primos que frecuentábamos su casa pues por lo general, hasta para encender la televisión, había que convencerme a mí primero de manera que yo, previa mirada enternecedora, convenciera a la firme abuelita de que el permiso era justo y necesario, lo que terminaba casi siempre en un festín unipersonal de chocolates "juguete", chocomel ó pelotitas rojas o blancas de Arequipa (cada una contenía un maní), desprendimiento a desgano dado por los primos para hacer posible algunas series en blanco y negro como "Villa Juguete", "Perdidos en el espacio", "Tarzán" o "Ultramán" en el televisor moderno en blanco y negro de marca "Andrea" y botones laterales blancos y largos.









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